domingo, 14 de febrero de 2010

Milín y los lobos

Se llamaba Milín y estaba muy contento de haber ido con su padre en el motocarro a llevar a la piara de cochinos hasta la aldea desde los prados donde estaban pastando. Se les alimentaba principalmente de pienso y bellotas.
De camino de vuelta a su pueblo se estropeó el vehículo y el padre optó por qué Milín de siete años cogiera la moto que llevaban siempre en la parte de atrás del motocarro y arreara él solo con los cochinos hasta la aldea. El padre decidió quedarse hasta ver si podía arreglarlo, no podía esperar más tiempo ya que la noche se estaba echando encima y había lobos por el lugar. El padre sabía que era una responsabilidad muy grande la que le estaba encargando a su hijo de tan corta edad. Pero el niño se armó de valor y le dijo a su padre que él era capaz de cumplir con el encargo y que no se preocupara, que llegaría con los cerdos sin problema hasta su granja.
El chiquillo emprendió la marcha y la mala suerte se cebó con él, pues la moto se quedo sin combustible. No le quedó más remedio que dejarla abandonada en la cuneta y con mucho temor de que su padre le regañara por haberla dejado abandonada y lo que era peor esto le iba a retrasar la llegada. “Lo haré igualmente” se dijo. "No voy a defraudar a mi padre, se lo prometí y lo cumpliré."
Milín se adentró en el bosque y al poco empezó a escuchar pisadas a su alrededor, venían de diversas direcciones y cuando se paraba el muchacho, ellas también paraban. El corazón se le salía del pecho, estaba desbocado, sabía muy bien a quién pertenecían esas pisadas que les estaban acompañando y que esperaban un descuido del muchacho para abalanzarse sobre él.
De repente cuando ya se estaba acercando al puente de los cardos, se le llamaba así, obviamente por las famosas plantas puntiagudas que se criaban a su alrededor, notó que algo no iba bien, notaba que había una sombra tras de sí y no se atrevía a girarse para comprobar de que se trataba. Pero no tuvo que esperar mucho tiempo para descubrirlo, hay que de repente una mano se poso en su frágil hombro y casi se dio un infarto en ese preciso momento. Era el vigilante del puente que le estaba gastando una broma y que se estaba retorciendo de la risa que le había provocado el ver la cara de terror que tenía el chiquillo “más tarde el padre de Milín le ajustaría las cuentas por ese hecho a este desgraciado”.
Por fin extrañamente habían desaparecido las pisadas que le habían estado atormentando durante todo el recorrido y viendo que se había hecho muy tarde decidió pedir ayuda a los habitantes de la primera casa que había a la entrada del pueblo. Los habitantes se apiadaron del chaval y le dijeron que se metiera con los cochinos en el pajar a esperar que apareciera su padre. El niño muy agradecido les dio las gracias y se encaminó al lugar que le habían dicho al tiempo que iba descubriendo porqué hacía tanto tiempo que no escuchaba las pisadas de los lobos… Empezó a contar los cerdos y faltaban…
Al día siguiente apareció el padre en la granja a recoger a su hijo y este al verle no llegaba a comprender por qué su padre tenía las manos ensangrentadas…
En el pueblo se murmuraba mucho acerca de lo que había pasado. Todos buscaban a alguien que quisiera desempeñar ese trabajo, pero nadie quería estar las noches custodiando un puente en el que había ocurrido aquello.

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