jueves, 18 de febrero de 2010

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Justa venganza

Ya llevaban tiempo juntos, realizando diferentes actos para los que se habían puesto de acuerdo hacía varios años. Todo empezó cuando Mario, decidió acercarse al cementerio de La Almudena, para entablar una conversación con el hijo de la víctima.
No sabía si saldría bien, pero tenía que intentarlo, tenía que acercarse y decirle con mucho cuidado, que era lo que pretendía. Podría salir bien, pero por otro lado, se le podrían torcer las cosas y acabar siendo denunciado por parte de Pablo.
Esperó a que se acabara el funeral y cuando ya todas las personas reunidas, empezaron a dispersarse, fue cuando encontró el momento.
Tú no me conoces, pero me gustaría hacerte una propuesta. Déjame que te explique mi plan y el porqué de esta reunión contigo y las que pretendo tener con otras tres personas más, cómo tú y cómo yo. A todos, nos une un mismo vínculo y es el hecho de que a nuestras madres, las han matado esos desgraciados, que se hacen llamar: “papá”
Se me ha ocurrido, que podríamos organizarnos de alguna manera y hacer que paguen por sus delitos, ya que para mí, con la cárcel no es suficiente. Creo que no tienen derecho a seguir respirando el mismo aire, que respiran las demás personas. Tengo la impresión de que estaríamos haciendo una obra social, ya que, aparte de estar quitando de la circulación a unos asesinos, estaríamos quitando un gasto al país, ya que si fueran a la cárcel, tendríamos que mantenerlos con nuestros impuestos y por otro, lado satisfaríamos nuestras ansias de venganza.
Pablo, al principio, un poco reacio y sorprendido, por lo que acababa de escuchar y lleno de furia interior, decidió para sorpresa de Mario y de una manera muy rápida, que estaba totalmente de acuerdo con lo que había escuchado y que esa era la manera, de sacarse toda la rabia que tenía.
Una vez terminada la charla, se encaminaron a las direcciones de las otras tres personas, que en esos momentos, desconocían cual iba a ser su futuro inmediato y cómo el destino se pondría de su lado, para vengar las muertes de sus seres queridos.
Para Mario, todo discurrió con inquietante normalidad, ya que ninguno le ponía traba alguna a su planteamiento y todo fue más fácil que al hablar con Pablo, por primera vez, porque por suerte, le tenía a él, que le apoyaba a la hora de explicar lo que tenían en mente.
Así fue, cómo una vez todos de acuerdo en crear el grupo, empezaron a tomar decisiones acerca de cómo iban a terminar, con las vidas de esos desgraciados.
Curiosamente, todos estuvieron de acuerdo, en que el primero, debería de ser el padre de Mario, ya que era al que se le había ocurrido la genial idea.
Tomaron la decisión de ejecutar al padre de Mario los demás, para que, de esa manera, él no se viera involucrado y así lo fueron haciendo con el resto. Siempre se quedaba fuera del asesinato, el hijo de la víctima en cuestión. Antes de que se cometieran los asesinatos, siempre se procuraban una buena coartada, para que a la hora de la investigación, por parte de la policía, no les pudieran coger en un renuncio. Obviamente, que cuando les preguntaran, no tendrían que hacerse los dolidos, ya que el muerto en cuestión era el asesino de su madre.
Lo que más les sorprendió, cuando acabaron de cometer los asesinatos, fue la poca polvareda mediática y policial, que se levantó, a raíz de los asesinatos, era cómo si no tuvieran la necesidad de investigar, lo que estaba pasando.
De esta manera, es cómo hoy en día, nos seguimos dedicando a vengar las muertes de tantas mujeres, muertas a manos de sus maridos.
Buenos días Luis, ¿te importaría que tuviera una conversación contigo para plantearte una cosa? Yo soy Mario, este es Pablo y estos son…
(En el telediario de una cadena de televisión): "Buenos días, por primera vez y desde hace muchos años, están bajando el número de agresiones a mujeres, que al…"

miércoles, 17 de febrero de 2010

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La mujer del cementerio

Tras llevar toda la noche circulando por la ciudad y viendo que no encontraba clientes que estuvieran dispuestos recibir mis servicios, decidí acercarme a uno de los cementerios de la ciudad. Allí seguramente encontraría alguno.
Me extrañó que al llegar a las puertas del cementerio del Este, no hubiera más coches, sin embargo pude ver uno de los coches de un compañero extrañamente con las luces dadas y el coche arrancado. No me dio más tiempo de pensar en ello, pues de entre las rejas de forja que coronan el cementerio, salió una señora con aspecto un tanto inquietante. Iba bien vestida, se diría con clase, pero cómo si la ropa no estuviera bien colocada.
Se subió al coche y me dijo que la llevara al cementerio del Norte. No le di demasiada importancia al hecho de que la señora saliera de uno y quisiera ir a otro. “Es normal, que cuando las personas estén recorriendo el cementerio, después se dirijan a otro, pues es normal que si han tenido diversos fallecimientos en su familia u amistades, dependiendo de donde vivan, se les lleve a alguno de los tres cementerios que hay en la ciudad”.
Había algo inquietante en su rostro, era una mezcla de satisfacción y de premura por llegar al destino. Tenía unos ojos vivos, negros, profundos. Su pelo negro era largo y estaba enredado, como si hubiera estado revolcándose por el suelo de un prado y éste estuviera lleno de espigas. Había algo inquietante en que la señora no parara de mascar, no entendía cómo saliendo de un cementerio, uno podría tener ganas de comer nada.
Llegamos al destino y me dijo que si podía esperar por ella, que volvería en poco tiempo. Obviamente que accedí a su petición, viendo tal y cómo estaba la noche era mejor aguantar.
Aunque realmente no me hacía mucha gracia el tener que estar visitando cementerios toda la noche. Aquí, en mi ciudad, siempre se ha escuchado una historia de terror en la que se dice que hay una mujer que algunas noches se aparece y se dirige a los cementerios para alimentarse de los muertos. Lo reconozco, soy un poco supersticioso, pero debería calmar los nervios.
La mujer apareció de nuevo y al subirse al coche, parecía más acelerada que cuando se subió por primera vez. Tuve la sensación de que sus ropas, todavía estaban más descolocadas y quizás un poco sucias. Se me heló la sangre, cuando me pareció entrever entre sus dientes un trozo de lo que parecía un hueso humano.
La mujer me indicó que nos dirigiéramos al tercer y último cementerio de la ciudad, el llamado del Sur.
Al llegar al destino, la señora me pidió el favor de que la ayudara a acceder hasta el interior del mismo con una excusa un tanto forzada. En fin, que le iba a hacer. La acompañé.
Llevaba toda la jornada circulando por la ciudad y se me había dado bastante bien, pero tengo por costumbre acabar mi jornada de trabajo por la zona del cementerio del Sur, ya que suele ser una zona tranquila en que las personas que cogen un taxi, siempre suelen ir calladas y eso a esas horas de la noche es lo que necesito.
Me extrañó que al llegar al cementerio hubiera ya otro taxi arrancado y con las luces dadas. Extrañamente no estaba el conductor en su interior.
Buenas noches señora. ¿A dónde vamos?
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El descubrimiento de Juan

A Juan no le terminaba de convencer eso que le decían sus padres. Siempre insistían en que si no le gustaba estudiar, tendría que trabajar. Toda la vida oyendo la misma cantinela. No entendían que él, lo que quería, era disfrutar de sus amigos, pasárselo bien con su pandilla.
Pero por lo visto, no estaba en disposición de enfrentarse continuamente a sus padres, ya que, cómo ellos decían: “mientras vivas debajo de este techo, harás lo que nosotros te digamos”
El padre de Juan, que un poco chapado a la antigua, no entendía que nadie estuviera viviendo del cuento en casa de sus padres, decidió hablar con un amigo suyo que trabajaba en una empresa de coches, para que le diera un puesto a su hijo. Se había ganado ese derecho a pedir un favor, después de haberse dejado el alma y parte de su vida, para más tarde descubrir, que no era más que un número de la Seguridad Social.
En su mente estaba que su hijo decidiera volver a los estudios, cuando viera lo duro que es tener que madrugar, pasar frío y volver a casa agotado, encima con un sueldo miserable. Estaba decidido a que su hijo aprendiera la lección.
Juan en cambio, lo que peor llevaba, aparte de madrugar, era el recorrido que tenía que hacer hasta la fábrica. Tenía la impresión de que algún día le iba a pasar alguna cosa por el camino, ya que tenía que coger dos autobuses hasta llegar al pueblo donde estaba ubicada la fábrica, después tenía que recorrer una distancia bastante larga sorteando todo tipo de caminos inhóspitos, desahitados, pasar por debajo de puentes, en los que las sombras podrían esconder cualquier sorpresa, y a su vez estaban todos llenos de grafitis. ¿Quién podría ir hasta allí a promover su arte?
La verdad, es que Juan a pesar de su juventud, era un chaval, que gracias a que practicaba mucho deporte en las canchas del parque, que había al lado de su casa, tenía un físico bastante desarrollado. O cómo se dice de otra manera, estaba bastante cachas. Pero todo esto contrastaba con que era un poco miedica, siempre le habían dado bastante miedo las películas subidas de tono en cuanto a violencia que se mostraba en ellas.
De repente, cómo un huracán, aparecieron de detrás de unos árboles, protegidos por las sombras de la noche, dos personas corriendo, que al pasar a su lado, no pudieron evitar golpearle y casi provocar que cayera al suelo.
Juan, por precavido y asustado hasta la médula, decidió no mirar atrás, ni hacer comentario alguno. Continuó su camino pensando en las dos personas con las que se había tropezado y teniendo grabada en su retina, la cara de uno de los dos, que corrían cómo una exhalación. Al otro, no tuvo tiempo de verle…
De pronto, se tropezó con unas bolsas de plástico negras, de las que se utilizan para la basura, tamaño grande. Extrañamente, estaban ocupando parte del camino y se adentraban en el campo. Juan decidió retirarlas a un lado, cuando se dio cuenta de que en el interior de una de ellas había algo extraño. Iba a abrir una de las bolsas, cuando de repente sintió algo frío en su espalda,,,
¿Por qué no sentía nada más? Sólo le dio tiempo a girarse y comprobar, el rostro de la persona que tenía delante de sí. Curiosamente, con una bolsa de plástico negro en las manos, y unos ojos nada desconocidos para él.

domingo, 14 de febrero de 2010

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Milín y los lobos

Se llamaba Milín y estaba muy contento de haber ido con su padre en el motocarro a llevar a la piara de cochinos hasta la aldea desde los prados donde estaban pastando. Se les alimentaba principalmente de pienso y bellotas.
De camino de vuelta a su pueblo se estropeó el vehículo y el padre optó por qué Milín de siete años cogiera la moto que llevaban siempre en la parte de atrás del motocarro y arreara él solo con los cochinos hasta la aldea. El padre decidió quedarse hasta ver si podía arreglarlo, no podía esperar más tiempo ya que la noche se estaba echando encima y había lobos por el lugar. El padre sabía que era una responsabilidad muy grande la que le estaba encargando a su hijo de tan corta edad. Pero el niño se armó de valor y le dijo a su padre que él era capaz de cumplir con el encargo y que no se preocupara, que llegaría con los cerdos sin problema hasta su granja.
El chiquillo emprendió la marcha y la mala suerte se cebó con él, pues la moto se quedo sin combustible. No le quedó más remedio que dejarla abandonada en la cuneta y con mucho temor de que su padre le regañara por haberla dejado abandonada y lo que era peor esto le iba a retrasar la llegada. “Lo haré igualmente” se dijo. "No voy a defraudar a mi padre, se lo prometí y lo cumpliré."
Milín se adentró en el bosque y al poco empezó a escuchar pisadas a su alrededor, venían de diversas direcciones y cuando se paraba el muchacho, ellas también paraban. El corazón se le salía del pecho, estaba desbocado, sabía muy bien a quién pertenecían esas pisadas que les estaban acompañando y que esperaban un descuido del muchacho para abalanzarse sobre él.
De repente cuando ya se estaba acercando al puente de los cardos, se le llamaba así, obviamente por las famosas plantas puntiagudas que se criaban a su alrededor, notó que algo no iba bien, notaba que había una sombra tras de sí y no se atrevía a girarse para comprobar de que se trataba. Pero no tuvo que esperar mucho tiempo para descubrirlo, hay que de repente una mano se poso en su frágil hombro y casi se dio un infarto en ese preciso momento. Era el vigilante del puente que le estaba gastando una broma y que se estaba retorciendo de la risa que le había provocado el ver la cara de terror que tenía el chiquillo “más tarde el padre de Milín le ajustaría las cuentas por ese hecho a este desgraciado”.
Por fin extrañamente habían desaparecido las pisadas que le habían estado atormentando durante todo el recorrido y viendo que se había hecho muy tarde decidió pedir ayuda a los habitantes de la primera casa que había a la entrada del pueblo. Los habitantes se apiadaron del chaval y le dijeron que se metiera con los cochinos en el pajar a esperar que apareciera su padre. El niño muy agradecido les dio las gracias y se encaminó al lugar que le habían dicho al tiempo que iba descubriendo porqué hacía tanto tiempo que no escuchaba las pisadas de los lobos… Empezó a contar los cerdos y faltaban…
Al día siguiente apareció el padre en la granja a recoger a su hijo y este al verle no llegaba a comprender por qué su padre tenía las manos ensangrentadas…
En el pueblo se murmuraba mucho acerca de lo que había pasado. Todos buscaban a alguien que quisiera desempeñar ese trabajo, pero nadie quería estar las noches custodiando un puente en el que había ocurrido aquello.

viernes, 12 de febrero de 2010

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La deuda

Como cada mañana, se encaminó al garaje de su empresa a recoger el coche y el trabajo que tenía para el día. Hoy no iba a tener más que un servicio y era lo que en su empresa y en su sector se conocía como una disposición, que consistía en estar todo el día con un cliente para lo que él quisiera. Estaba acostumbrado a llevar a todo tipo de personas, buenas, malas, curiosas, egocéntricas, charlatanas, calladas ..., en fin, un mundo, lo que venimos a ser cada uno de nosotros.
Para poder seguir el ritmo de este trabajo, que es muy exigente, y en el que se trabajan demasiadas horas, no somos pocos los que tenemos diversos vicios como drogas, prostitutas, alcohol... son algunas de las cosas que se hacen, y que generalmente acaban afectando a la vida familiar.
Yo, en concreto, tenía el vicio del juego y ya no sabía, ni recordaba cómo había llegado hasta allí. Debía más de lo que me podía permitir. El día no tenía suficientes horas para trabajar y ganar dinero y así ,de esa manera, poder pagar las deudas que tenía. Sabía a lo que me exponía, el que se mueve en ese mundo sabe que, tarde o temprano, pagas de una manera o de otra.
Me dirigí al aeropuerto a recoger al cliente del que me habían dado sólo el nombre y del que no me habían dicho apenas nada acerca de lo que quería hacer. Es costumbre que haya clientes que te pidan cosas muy extrañas, para lo que tienes que estar preparado muy bien y ser un buen profesional. Debes conocer todos los sitios y todas y cada una de las cosas que te ofrece esta ciudad.
Por fin salió, después de estar esperándole un buen rato en llegadas de la terminal, me presenté, y al decirle mi nombre, su cara sufrió una leve transformación, casi imperceptible, pero la note. "¿A dónde vamos?". "Al casino, tengo que hablar con el director, para que me dé una información acerca de unas personas. ¿Lo conoce usted?" Yo diría que demasiado bien, le dije.
Salió con una carpeta bajo el brazo, que empezó a estudiar con sumo cuidado y de vez en cuando me dirigía una mirada entre extraña y perdida.
Nos dirigíamos al centro de la ciudad sin destino fijo cuando, de repente, me hizo una pregunta para la que no estaba preparado: "¿me contestas a una pregunta?". "Por supuesto, usted dirá!". "¿Negro o rojo?"
Debería haber dicho negro.
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El destino

Me levanté, como cada mañana, siguiendo la misma rutina diaria. Me duché, tomé el café y encendí la radio para irme poniendo al día de lo que pasaba por el mundo.

Cuando salí de mi ciudad para llegar hasta donde quería profesionalmente, no imaginaba que llegaría a aburrirme de esta manera. Cada día es lo mismo, siempre el mismo tipo de noticias, estoy asqueado de este trabajo.
Echo mucho de menos a mi familia, a mis padres que, como cada mañana, se acercaban a la panadería, bien temprano para que tuviera siempre en la mesa de madera rústica, que teníamos en la cocina, unas tostadas recientes, hechas con ese pan que nunca más he vuelto a encontrar en ningún sitio. Recuerdo con enorme cariño los paseos que daba con Marisol hasta la entrada a la ciudad, donde siempre acabábamos sentándonos en el mismo banco y hablando sobre lo que nos gustaría hacer cuando fuéramos mayores. Echo de menos a mi perra Linda, con la que jugaba por las tardes en los prados de mi padre. En fin, que en cuanto pueda volveré a mi ciudad y dejaré atrás este bullicio de ciudad y encontraré la tranquilidad tan ansiada.
Entro en los estudios y me dirijo a maquillaje para prepararme antes de ver el guión de lo que tendré que decir.
¡Buenos días! y suelto la parrafada de turno sin emoción ninguna…De repente, observo un gran alboroto detrás de las cámaras, con mucha gente corriendo de un lado para otro y con las caras desencajadas… Me entregan un comunicado de última hora. Ha ocurrido un desastre geológico en la zona de… El epicentro del terremoto se ha identificado más concretamente en la ciudad de… “Nunca más volveré a comer esas ricas tostadas”.
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El viaje

Llevaba mucho tiempo desempeñando ese trabajo. Se había acostumbrado a pasar desapercibido entre el resto de las personas. No sé porqué, pero hay trabajos que hacen que te sientas como si no existieras para los demás.

Tú estás ahí, desempeñando una función, paseando y vigilando para que los demás estén seguros, al menos en el sitio en el que personas como yo desempeñamos el trabajo de vigilancia. Siempre he trabajado en el turno de noche, llega un momento en que te acostumbras a ese horario, a ir en contra de lo que es el tempo normal del resto del mundo. Paseas entre ellos, vas absorto en tus pensamientos, se cruzan contigo, te rozan a lo más, pero es como si el viento soplara un poco más fuerte de lo normal.
Me ofrecieron muchas veces trabajar durante el turno de día, mis jefes decían que no era una persona muy sociable y que necesitaba relacionarme un poco más con las personas y compartir mis pensamientos con ellos. Nunca acepté, no trabajaría nunca de día, ni por todo el oro del mundo. “Es raro, pero tengo la sensación de que hoy hay más claridad de lo normal”.
Las cosas últimamente se están poniendo muy complicadas en mi zona de trabajo, todos hablan de cambiar de puesto, tienen miedo, se han escuchado demasiadas noticias acerca de asesinatos de trabajadores en polígonos industriales a altas horas de la madrugada, a manos de bandas, peleándose por un barrio, para poder desempeñar sus “trabajillos de extorsión y venta de drogas” y además, en muchos casos mis compañeros tienen familia. Yo no le doy mucha importancia a los comentarios que hacen acerca de la inseguridad de la zona, me parece que exageran.
Es raro: ¿qué hago yo trabajando de día? Hay demasiada claridad y siento como si hubiera perdido peso.
Hoy no tengo sueño, ni hambre, ni…
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El secreto enterrado

Estaban todavía medio dormidos, todavía era temprano para levantarse, total era domingo, y no tenían necesidad de madrugar. Escuchaban unos ruidos extraños en la parcela. Pensaron que serían los obreros que tenían contratados para hacer las reformas que querían hacer a la piscina y a la barbacoa, pero parecía demasiado pronto para que empezaran a trabajar, ya que normalmente solían empezar la tarea mucho más tarde.
El marido se incorporó de la cama y, decidido, se metió en la ducha para despejarse, poder ir a desayunar y controlar a los obreros, ya que si no, como siempre, harían cualquier cosa distinta de la que tenían que hacer.
Ya con el café en la mano, abrió la puerta de la casa y, como era su costumbre, se encaminó a saludar a los obreros y a ofrecerles un café, si ellos querían, ya que la mañana era muy fría y seguramente les apetecería tomar algo caliente.
El marido no entendía que es lo que hacían los dos obreros moldavos, que le estaban realizando la obra, metidos en el interior de un agujero que habían practicado junto a la piscina, y para lo que no tenían autorización, ya que esa parte de la parcela iba a ser terreno para poner suelo de plaquetas y no quería que nadie hiciera nada en el mismo. Los dos obreros parecían muy nerviosos y hablaban en su idioma de una forma sospechosa, que daba a entender, viendo que no alzaban apenas la voz y hablaban en susurros, que no querían que nadie se diera cuenta de lo que estaban haciendo.
El marido, muy indignado por lo que acababa de descubrir, empezó a enfurecerse y se desvanecieron las ganas de ofrecerles amigablemente un café, como cada día que empezaban con la labor. Al acercarse a los dos y descubrir el hoyo que habían hecho, su voz no se decidió a salir de su interior, debido a que el pánico se había apoderado de su ser.
La mente había tardado muy pocas milésimas de segundo, en asimilar lo que sus ojos habían contemplado en ese preciso momento, y era un anillo que, a su vez, estaba en el dedo índice de algún pobre desgraciado que, como él, estaría en el sitio y momento menos indicado de sus vidas. Los moldavos se giraron, y dirigiendo sus miradas hacia él, no tardaron en coger las palas y …
La mujer se despertó, y como era su costumbre bajó a ofrecerles un refresco a los empleados que, para su sorpresa, tenían acabada la parte del solado de la parcela ...
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El taxista y su destino

Llevaba todo el día recorriendo la ciudad en busca de clientes para poder recaudar el dinero que necesitaba para pagar el seguro del coche. Siempre los malditos pagos, cuando no es el seguro, es la avería de turno y si no los impuestos.
Era un día muy raro, apenas había personas por la calle, el tiempo era muy desapacible, oscuro, triste, frío, se notaba que las personas estaban ariscas, que no estaban llevando muy bien ese tiempo. De pronto como si hubieran aparecido de la nada surgieron dos personas y levantaron la mano para que me detuviera. En esta profesión estamos acostumbrados a hacer una valoración rápida sobre las personas que nos paran. Uno no se puede relajar ni un instante, ya que ha habido muchos casos de asesinatos de compañeros.
Pero hoy no era el día para hacer divagaciones sobre cómo serían estos dos ya que no llevaba casi nada ganado. Me alegré por fin al escuchar el destino. Iba a ser un trayecto que haría que desapareciera la preocupación por el pago del seguro.
Normalmente las personas que se suben al coche suelen estar calladas, pero cuando es un viaje relativamente largo, siempre suelen entablar conversación, bien con el conductor. O como era el caso entre ellos dos. Estaban extrañamente callados, pero se adivinaba en sus miradas una cierta complicidad que hizo que se me helara la sangre. No entendía el porqué pero algo no iba bien.. El trayecto era largo y empezamos a ascender por la montaña. Bajé la ventanilla para distraerme y para disfrutar del apasionante espectáculo que te ofrece la montaña a oscuras, despidiendo desde sus adentros las sombras más extrañas y los sonidos más ininteligibles que uno pueda escuchar. Todo en la noche nos parece más extraño, con un aire especial, le damos la trascendencia a las cosas que no le damos durante el día.
De repente uno de los ocupantes abrió la boca y casi me cago del susto, para indicarme que cogiera un desvío por una carretera sin asfaltar y muy bacheada. La oscuridad era total, solo rota por los haces de luz de mis faros. Recorrimos unos tres kilómetros y yo notaba que se me estaba haciendo un nudo en el estómago, que cogió mayor fuerza cuando vi al llegar al destino, que a la entrada de lo que parecía un garaje había barios coches a los que se les estaba preparando para pintarles única y exclusivamente las puertas delanteras.
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El viaje sin fin

Decidieron hacer una parada, dado que estaban agotados de tanto conducir. Llenarían el depósito de combustible para poder continuar la marcha, y así poder llegar a tiempo a la lectura del testamento. El viaje desde Viena era largo y con unas condiciones climáticas contrarias a sus intereses, ya que les retrasaban el viaje mucho y lo que más querían era llegar pronto para presentar la documentación que invalidaría ese documento, al que, si nadie hacia nada, les iba a enseñar lo que es la cruda realidad de la vida.
Divisaron a lo lejos las luces típicas de otra estación de servicio. No había un alma repostando. La verdad, muy necesitado tenías que estar de combustible para salir del coche con ese frío polar. Total, que no les quedaba otra. Se acercaron a la ventanilla, donde dormitaba el empleado y que ,al verles, se incomodó. Pidieron que les abrieran el surtidor y pagaron por anticipado, para no tener que molestar de nuevo al empleado.
Ya, de nuevo en el interior del coche, divisaron a lo lejos, en un lateral de la gasolinera, unas luces tenues y algo de humo que se dejaba entrever a través de las ventanas.
Decidieron acercarse a tomar unos bocadillos y unos cafés, para despejarse y que no les diera el bajón, mientras conducían. Al acercarse a la entrada, ya notaban que algo no iba bien en el interior del local, teniendo en cuenta que estaba lleno de gente, pero no se veía apenas vehículos en las cercanías de la cafetería.
Al ir a abrir la puerta se dieron cuenta de que la manilla de la misma estaba manchada de sangre y, lo que era más inquietante, todavía estaba fresca. Los dos se miraron al unísono y comprendieron que era el momento de marcharse de ese lugar y a ser posible sin que nadie notara su presencia, pero era demasiado tarde; abrieron la puerta en ese preciso momento y no daban crédito a lo que sus ojos veían. Estaba claro que la documentación que llevaban, nunca llegaría a su destino y lo que era peor, ellos tampoco... a no ser que ocurriera algo que cambiara lo que allí estaba pasando ...
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La niña del río

La niña tenía doce años, pero a pesar de su corta edad ya se adivinaban las curvas de la que iba a ser una de las jóvenes más bellas del pueblo. Se sentía segura de sí misma y, a pesar de que siempre le habían dicho que tuviera mil precauciones al acercarse al río, ella no entendía el por qué.
Estaba dispuesta a intentarlo, no le quedaba otra, tenía que cruzarlo a toda costa o sus padres se verían con el agua al cuello en cuestión de horas.
No podría imaginar que un río tan perfecto, que conducía el agua mansamente hacia la desembocadura en el mar, pudiera hacerle ningún daño.
Él la observaba desde la orilla, escondido entre los helechos, su respiración agitada le indicaba que había llegado el momento por el que había estado esperando tanto tiempo. No iba a tener piedad y se arrepentirían de todo el daño que le habían causado.
Ella se adentraba en el río con precaución, sintiendo el frío del agua al rozarle su suave piel, y en ese momento comprendió el porqué de los miedos de sus padres. Ya no había marcha atrás, el agua le llegaba a la cintura y apenas podía defenderse de sus... Mientras, observaba como los ojos hinchados de sangre y maldad le decían ...