viernes, 12 de febrero de 2010

El secreto enterrado

Estaban todavía medio dormidos, todavía era temprano para levantarse, total era domingo, y no tenían necesidad de madrugar. Escuchaban unos ruidos extraños en la parcela. Pensaron que serían los obreros que tenían contratados para hacer las reformas que querían hacer a la piscina y a la barbacoa, pero parecía demasiado pronto para que empezaran a trabajar, ya que normalmente solían empezar la tarea mucho más tarde.
El marido se incorporó de la cama y, decidido, se metió en la ducha para despejarse, poder ir a desayunar y controlar a los obreros, ya que si no, como siempre, harían cualquier cosa distinta de la que tenían que hacer.
Ya con el café en la mano, abrió la puerta de la casa y, como era su costumbre, se encaminó a saludar a los obreros y a ofrecerles un café, si ellos querían, ya que la mañana era muy fría y seguramente les apetecería tomar algo caliente.
El marido no entendía que es lo que hacían los dos obreros moldavos, que le estaban realizando la obra, metidos en el interior de un agujero que habían practicado junto a la piscina, y para lo que no tenían autorización, ya que esa parte de la parcela iba a ser terreno para poner suelo de plaquetas y no quería que nadie hiciera nada en el mismo. Los dos obreros parecían muy nerviosos y hablaban en su idioma de una forma sospechosa, que daba a entender, viendo que no alzaban apenas la voz y hablaban en susurros, que no querían que nadie se diera cuenta de lo que estaban haciendo.
El marido, muy indignado por lo que acababa de descubrir, empezó a enfurecerse y se desvanecieron las ganas de ofrecerles amigablemente un café, como cada día que empezaban con la labor. Al acercarse a los dos y descubrir el hoyo que habían hecho, su voz no se decidió a salir de su interior, debido a que el pánico se había apoderado de su ser.
La mente había tardado muy pocas milésimas de segundo, en asimilar lo que sus ojos habían contemplado en ese preciso momento, y era un anillo que, a su vez, estaba en el dedo índice de algún pobre desgraciado que, como él, estaría en el sitio y momento menos indicado de sus vidas. Los moldavos se giraron, y dirigiendo sus miradas hacia él, no tardaron en coger las palas y …
La mujer se despertó, y como era su costumbre bajó a ofrecerles un refresco a los empleados que, para su sorpresa, tenían acabada la parte del solado de la parcela ...

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