miércoles, 17 de febrero de 2010

El descubrimiento de Juan

A Juan no le terminaba de convencer eso que le decían sus padres. Siempre insistían en que si no le gustaba estudiar, tendría que trabajar. Toda la vida oyendo la misma cantinela. No entendían que él, lo que quería, era disfrutar de sus amigos, pasárselo bien con su pandilla.
Pero por lo visto, no estaba en disposición de enfrentarse continuamente a sus padres, ya que, cómo ellos decían: “mientras vivas debajo de este techo, harás lo que nosotros te digamos”
El padre de Juan, que un poco chapado a la antigua, no entendía que nadie estuviera viviendo del cuento en casa de sus padres, decidió hablar con un amigo suyo que trabajaba en una empresa de coches, para que le diera un puesto a su hijo. Se había ganado ese derecho a pedir un favor, después de haberse dejado el alma y parte de su vida, para más tarde descubrir, que no era más que un número de la Seguridad Social.
En su mente estaba que su hijo decidiera volver a los estudios, cuando viera lo duro que es tener que madrugar, pasar frío y volver a casa agotado, encima con un sueldo miserable. Estaba decidido a que su hijo aprendiera la lección.
Juan en cambio, lo que peor llevaba, aparte de madrugar, era el recorrido que tenía que hacer hasta la fábrica. Tenía la impresión de que algún día le iba a pasar alguna cosa por el camino, ya que tenía que coger dos autobuses hasta llegar al pueblo donde estaba ubicada la fábrica, después tenía que recorrer una distancia bastante larga sorteando todo tipo de caminos inhóspitos, desahitados, pasar por debajo de puentes, en los que las sombras podrían esconder cualquier sorpresa, y a su vez estaban todos llenos de grafitis. ¿Quién podría ir hasta allí a promover su arte?
La verdad, es que Juan a pesar de su juventud, era un chaval, que gracias a que practicaba mucho deporte en las canchas del parque, que había al lado de su casa, tenía un físico bastante desarrollado. O cómo se dice de otra manera, estaba bastante cachas. Pero todo esto contrastaba con que era un poco miedica, siempre le habían dado bastante miedo las películas subidas de tono en cuanto a violencia que se mostraba en ellas.
De repente, cómo un huracán, aparecieron de detrás de unos árboles, protegidos por las sombras de la noche, dos personas corriendo, que al pasar a su lado, no pudieron evitar golpearle y casi provocar que cayera al suelo.
Juan, por precavido y asustado hasta la médula, decidió no mirar atrás, ni hacer comentario alguno. Continuó su camino pensando en las dos personas con las que se había tropezado y teniendo grabada en su retina, la cara de uno de los dos, que corrían cómo una exhalación. Al otro, no tuvo tiempo de verle…
De pronto, se tropezó con unas bolsas de plástico negras, de las que se utilizan para la basura, tamaño grande. Extrañamente, estaban ocupando parte del camino y se adentraban en el campo. Juan decidió retirarlas a un lado, cuando se dio cuenta de que en el interior de una de ellas había algo extraño. Iba a abrir una de las bolsas, cuando de repente sintió algo frío en su espalda,,,
¿Por qué no sentía nada más? Sólo le dio tiempo a girarse y comprobar, el rostro de la persona que tenía delante de sí. Curiosamente, con una bolsa de plástico negro en las manos, y unos ojos nada desconocidos para él.

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