viernes, 12 de febrero de 2010

La deuda

Como cada mañana, se encaminó al garaje de su empresa a recoger el coche y el trabajo que tenía para el día. Hoy no iba a tener más que un servicio y era lo que en su empresa y en su sector se conocía como una disposición, que consistía en estar todo el día con un cliente para lo que él quisiera. Estaba acostumbrado a llevar a todo tipo de personas, buenas, malas, curiosas, egocéntricas, charlatanas, calladas ..., en fin, un mundo, lo que venimos a ser cada uno de nosotros.
Para poder seguir el ritmo de este trabajo, que es muy exigente, y en el que se trabajan demasiadas horas, no somos pocos los que tenemos diversos vicios como drogas, prostitutas, alcohol... son algunas de las cosas que se hacen, y que generalmente acaban afectando a la vida familiar.
Yo, en concreto, tenía el vicio del juego y ya no sabía, ni recordaba cómo había llegado hasta allí. Debía más de lo que me podía permitir. El día no tenía suficientes horas para trabajar y ganar dinero y así ,de esa manera, poder pagar las deudas que tenía. Sabía a lo que me exponía, el que se mueve en ese mundo sabe que, tarde o temprano, pagas de una manera o de otra.
Me dirigí al aeropuerto a recoger al cliente del que me habían dado sólo el nombre y del que no me habían dicho apenas nada acerca de lo que quería hacer. Es costumbre que haya clientes que te pidan cosas muy extrañas, para lo que tienes que estar preparado muy bien y ser un buen profesional. Debes conocer todos los sitios y todas y cada una de las cosas que te ofrece esta ciudad.
Por fin salió, después de estar esperándole un buen rato en llegadas de la terminal, me presenté, y al decirle mi nombre, su cara sufrió una leve transformación, casi imperceptible, pero la note. "¿A dónde vamos?". "Al casino, tengo que hablar con el director, para que me dé una información acerca de unas personas. ¿Lo conoce usted?" Yo diría que demasiado bien, le dije.
Salió con una carpeta bajo el brazo, que empezó a estudiar con sumo cuidado y de vez en cuando me dirigía una mirada entre extraña y perdida.
Nos dirigíamos al centro de la ciudad sin destino fijo cuando, de repente, me hizo una pregunta para la que no estaba preparado: "¿me contestas a una pregunta?". "Por supuesto, usted dirá!". "¿Negro o rojo?"
Debería haber dicho negro.

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