lunes, 10 de mayo de 2010

El cliente

Ahora en la tranquilidad de mi hogar, dando las últimas bocanadas de humo al cigarrillo, que probablemente, mejor me haya sabido en toda mi vida, reflexiono acerca de todo lo acontecido durante este interminable y traumático día.
Cómo iba yo a imaginarme que al recoger el coche del garaje y encaminarme al aeropuerto, me encontraría en situaciones tan extrañas y enredos de los que apenas sabía cómo resolver, y lo que acabo de entrar en la empresa y que apenas tengo conocimiento acerca de lo que es hacer una disposición con un cliente y mucho menos de las características de este.
Recuerdo perfectamente, cuando estando en la terminal 2 del aeropuerto de Barajas de Madrid y pendiente de la salida del cliente por la puerta número 6, se me echó encima el cliente, sin apenas darme cuenta de la situación.
Venía acompañado por una señorita de unos 34 años, guapa, rubia de ojos azules y un cuerpo de vértigo. Me la presento, cómo Cristina, sus secretaria “pensé, la que te afila los lápices” horas después, él mismo confirmo mis sospechas acerca de Cristina, que para ejercer las supuestas funciones de secretaria, estaba extrañamente callada.
Me chocó la cercanía con la que me trataba Jose, el cliente, echándome la mano por encima del hombro, al tiempo que decía alegrarse mucho por tener a su servicio a un conductor “cómo el decía joven y que iba de su rollo”. Mas tarde descubriría cual era su rollo.
Nos dirigimos al hotel Hesperia, que es uno de los mejores hoteles de la ciudad y me sorprendió que al acceder al mismo, disponía de la suite presidencial.
Fue ahí, en el hotel, donde todo empezó a torcerse de una manera, que yo no comprendía bien. Me refiero a que cuando llegamos, se encontró con que la habitación no estaba todavía preparada y esto provocó una gran discusión en la recepción, con una aptitud nada amable, por parte de José. Yo intentando pasar desapercibido, me recosté en uno de los sofás de la entrada del hotel y atónito a lo que estaba viendo, decidí ir a tomar un refresco al bar, con el ánimo de que cuando volviera al hall, todo se hubiera solucionado.
Cual fue mi sorpresa, cuando al girarme no me encontré con la cara de Agustín, el camarero, sino mas bien con la de José, que estaba recibiendo las disculpas de la relaciones públicas y que se ofrecía poco menos que a regalarle la estancia en el hotel.
José aceptó las disculpas y se fijó en que yo estaba en su área de acción. Me incitó a que me tomara un whiskey con él y yo recliné la invitación dejándole claro, que no podía beber alcohol cuando trabajaba y accedí a tomarme otra coca cola.
Se despidió de mí, cuando le avisaron de que tenía lista la habitación y yo le dije que le esperaría en la recepción, para cuando me necesitara.
Pasaron unas dos interminables horas de espera, cuando, tras bajar a las rodillas el periódico, que estaba leyendo, vi cómo José se dirigía a mí, para preguntarme si me encontraba bién y yo cómo es lógico y en mi papel, siendo muy correcto, le conteste, que perfectamente. A lo que él me dijo, que cuando me preguntara que si me encontraba bien, significaba, que quería que me fuera a beber un whiskey con él. Cómo es lógico rehusé la invitación otra vez y les aseguro que no iba a ser la única en el transcurso de aquel día.
En ese momento me preguntó si conocía la suite presidencial, a lo que le contesté que no, que nunca había subido a ninguna habitación de aquel hotel, que se pensaba, que yo con mi sueldo miserable, podía permitirme aquel lujo.
Se empeño en que subiera con él a lo que accedí, pensando previamente en que iba a tener que estar todo el día con aquella persona y más me valía intentar llevarme bien y hacer un servicio profesional, del que no tuviera la más mínima queja.
Ya en la habitación, se empeñó en que me tomara otra copa de whiskey a lo que le contesté que me tomaría gustoso un refresco. Tenía la impresión de que no le estaba haciendo mucha gracia eso de que no compartiera sus gustos por el alcohol. Estaba completamente borrracho y se le veía que había tomado algo más aparte del habitual whiskey, “esas cosas se notan enseguida” y desde luego que no iba muy desencaminado, cuando estando en el sofá de la suite, llamaron a la puerta y al ir Cristina a abrir, apareció un hombre de color, que parecía jugador de baloncesto. Iba vestido de marca, todo en él indicaba que podía permitirse cualquier lujo, por muy costoso que fuera. Se extrañó al verme y le hizo una señal, apenas perceptible a Cristina, que se acerco a su cara y le dio a entender que no tenía porque preocuparse, que era del todo inofensivo. Pronto descubrí, que era un camello al que habían avisado para que les suministrara algo de cocaína, para pasar el día.
Tras marcharse el camello, José, se acercó a la puta y le dijo que me enseñara la suite. Yo extrañado la seguía, hasta que de repente nos encontramos en la terrada de la misma, donde se podía ver que tenía un jacuzzi, repleto de agua tibia y que daba unas ganas locas de probar.
José se acercó a mí y me culminó a que me metiera en el interior del Jacuzzi con Cristina y disfrutara de ella, cómo si fuera una parte más de los servicios que ofrecía el hotel.
Rechacé tan extraña invitación, de la mejor manera que pude y puse una excusa para poder ausentarme de la habitación y poder salir de aquel embrollo.
Antes de marcharme, pude ver encima de uno de los sofás que había unas fotos en las que salía José. Me acerque un poco más, para ver si podía distinguir con nitidez, lo que contenían y se me heló la sangre, cuando pude ver en dos de ellas a mi cliente ejecutando con lo que parecía una glock a dos negros en algún lejano lugar, fuera de España.
Me giré para salir de allí de manera que nadie se diera cuenta de que había descubierto aquellas fotografías, cuandome encontré pegada a mí la cara de Cristina que me decía que ella también las había visto en el club, en que le había conocido y que estaba presa de sus…
No podrían salir de aquella situación sin tener que hacer algo de lo que se tendrían que arrepentir el resto de sus vidas y de lo que tendrían que guardar secreto por la eternidad.

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