lunes, 10 de mayo de 2010

Ciudad maldita. La panadera

Otra vez me tengo que levantar, para preparar el pan a estos desgraciados. El día que se repartieron los trabajos en aquella oficina maloliente, no tuve la mejor de las suertes.
Al menos, no es de los peores. Me he enterado, de que a alguno de los que viajaron conmigo, hasta Ciudad Maldita, han tenido peor suerte que yo.
Me ducho cómo cada mañana, sintiendo cómo el agua caliente, abre los poros de esta piel dada de sí, debido a todos los bollos que me cómo, no puede ser otra cosa que gula. No acabo nunca satisfecha y así me va. Cualquier día reventaré la faja que me pongo, para intentar disimular esas toneladas de más. Ha llegado un momento en que me da igual, que se me caiga el sudor salado, sobre las masas que utilizo en la elaboración de la bollería. No se merecen nada mejor.
Son las 06:00 y cómo cada día, espero a Fernando, el lechero, para que venga a “encenderme el horno”, siempre ha sabido buscarme el botón, que hace que se ponga a la temperatura adecuada. Resisto el resto del día, sin tener que pensar en lo mediocre que soy y me distraigo pensando en los momentos que me hace pasar Fernando, untándome la mantequilla y masajeándome las nalgas, cual masa de pan fuese.
Ha llegado un momento, en que no puedo ponerme medias, porque no las venden de mi medida y he optado por llevar una bata color azul clara, como si fuese una enfermera, lo que hace que Fernando se ponga más cachondo y bruto de lo que habitualmente está. ¿Qué pensaría la arpía de su mujer si se enterará de lo nuestro?
Tengo entendido que su mujer estuvo a la sombra una temporada, por haberle abierto la cabeza a una mujer que miro con ojos deseosos a “su hombre”
Ya está el pesado del mecánico, para recoger la barrita pequeña de pan integral, de todos los días. Alguien debería decirle, que por mucho pan integral que coma, no se van a ir los kilos que tiene, por la puerta de ese taller lleno de mugre, que siempre está lleno de coches (debido a que no es capaz de arreglar ninguno) a no ser, que no deje de comer ese kilo diario, de embutido variado y regado todo ello, por el vino barato de tetra-brik, que hace que no sepa, ni que herramienta necesita para arreglar los coches.
Otra vez noto que me están volviendo los tics y que no puedo parar, de girar el cuello bruscamente, hacia el lado derecho. Noto también, que se me cae el hilillo de baba, por la comisura de los labios. Tendré que tomar la pastilla que me receto ese desgraciado. Cabrón. Mierda de Ciudad Maldita.

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