viernes, 12 de marzo de 2010

La conspiración del tercer mundo

Formaban un grupo de personas, que tenían una cosa en común, acabar con esos malditos bastardos, que habían estado sangrando a sus países, con el respaldo de gobiernos y multinacionales.
Se habían ido conociendo en diferentes países con el paso de los años y en las universidades a través de una red social, que inventó uno de sus integrantes, para que se pudieran poner en contacto, sólo y exclusivamente mentes dotadas de un gran coeficiente y que llevasen a sus pueblos en el corazón.
Interesaban todo tipo de personas, en cuanto a los diversos trabajos que desarrollaran, pero principalmente, prestaban una especial atención, a dentistas y técnicos, en diferentes ramas. Lo que se proponían, era de una dimensión tal, que llevarían al primer mundo, a la era de los dinosaurios. Tendrían que volver a empezar de nuevo, pero esta vez, iba a ser diferente, puesto que los mal llamados, países del tercer mundo, tendrían la sartén por el mango.
Samuel había tenido un sueño, en que todo esto ocurriría, pero necesitaba idear un plan con el que poderlo llevar a cabo. Tras años de idearlo y una serie de contactos con personas influyentes en todos los ámbitos de la sociedad, había llegado el momento de empezar a desarrollar su misión. Cuantas personas dejarían de sufrir, pero cuantas otras iban a probar el sabor de la impotencia y la amargura, sin entender el porqué de aquello, que les estaba pasando y contemplando desde primera fila, la degradación del ser humano.
Samuel llegó a su despacho del edificio Hummer, situado en el centro de la ciudad y rodeado por todas las arterias principales de la ciudad. Cerca de su puesto de mando, “cómo le gustaba llamar a su puesto de trabajo, ya que desde allí dirigiría toda la operación” se encontraban las sedes sociales de las empresas más importantes del mundo, la bolsa, a pocos kilómetros, el aeropuerto, por el que pasaban unos 89 millones de personas al año y una serie centros oficiales, que dirigían las vidas de todo el mundo. Lo iba a contemplar todo, desde el mejor puesto de observación, que uno pudiera imaginar.
Comenzó a hacer una serie de llamadas, por un orden previamente establecido, en función del rango de la persona que estaba encargada de una parte de la operación, hasta llegar al último. Le llevaría todo el día, pasaría horas dando órdenes para que todos los hilos, se movieran de una forma ordenada y coordinada, para no fallara nada. Durante todos estos años, los dentistas habían estado muy ocupados implantando los neurotransmisores en el interior de las cavidades dentales, sin que los interesados se dieran cuenta. Era una red enorme, que estaba implantada en todo el planeta y que requería de una precisión aplastante para ponerse todos de acuerdo, de tal manera que empezará en todo el mundo la operación al mismo tiempo.
Los transmisores, que habían desarrollado, enviarían al cerebro de la persona que los portaba, una serie de órdenes sin sentido, que harían que, este, al no comprender tales mensajes, se vería inmerso en un laberinto de interrogantes. Por decirlo de alguna manera, se irían necrosando las partes relativas a la consciencia y a la parte relativa a las órdenes que se mandan a nuestro aparato locomotor.
Aquí Centro Odontológico Internacional, dígame.
Hola Samuel, cómo estás… Pensé que nunca llegaría la hora de hacer pagar a esos desgraciados todo lo que han estado haciendo a nuestros pueblos. Se van a enterar.

2 ):

Anónimo dijo...

Me pensaré dos veces el ir al dentista...

Un relato magnífico, enhorabuena!!

Un saludo!

Anónimo dijo...

Gracias Pablo, espero que algún director de cine coga la idea para hacer una película.

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